EL DIOS QUE YO CONOZCO

22.27. Por qué fracasó Israel

Los israelitas no quisieron someterse a las restricciones y a los mandamientos de Dios, y esto les impidió, en gran parte, llegar a la alta norma que él deseaba que ellos alcanzasen, y recibir las bendiciones que él estaba dispuesto a concederles. Albergaban la idea de que eran los predilectos del cielo y eran ingratos frente a las oportunidades que tan bondadosamente Dios les proporcionaba. Perdieron el derecho a las bendiciones de Dios porque no cumplieron el propósito divino para el cual los había convertido en su pueblo escogido, y así se acarrearon su propia ruina.

Cuando vino el Mesías, los judíos, su propio pueblo, "no le recibieron" (Juan 1: 11). Ciegamente habían pasado por alto aquellos pasajes que señalaban la humillación de Cristo en su primer advenimiento y aplicaban mal los que hablaban de la gloria de su segunda venida.

El orgullo oscurecía su visión: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos" (Lucas 19: 42).

Interpretaban las profecías de acuerdo con sus deseos egoístas porque sus ambiciosas esperanzas estaban fijas en la grandeza mundana.

Esperaban que el Mesías reinaría como príncipe temporal que sería libertador y vencedor y que exaltaría a Israel para que dominase a todas las naciones: "Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?" (Hechos 1: 6).

No querían tener parte en nada de lo que Cristo patrocinaba. Afanosamente buscaron el poder del reino de Cristo, pero no estuvieron dispuestos a dejarse guiar por sus principios. Se aferraban a las bendiciones materiales que tan generosamente les ofrecía, pero rehusaron aceptar la gracia espiritual que habría transformado sus vidas y los hubiera capacitado para ser representantes de Cristo.

Produjeron "uvas silvestres" y no la buena fruta de un carácter semejante al de Dios y porque no produjeron el fruto que de ellos se esperaba, perdieron el derecho de ocupar su puesto en el plan divino:

"Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor" (Isaías 5: 1-7).

"Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" (Gálatas 5: 19-23).

"Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme" (Romanos 11: 20).

Como declinaron rendirse a Dios para ser sus agentes y llevar la salvación a la raza humana, los judíos, como nación, se transformaron en agentes de Satanás para la destrucción de su propia raza. En vez de llegar a ser portaluces para el mundo, se llenaron de sus tinieblas y reflejaron esta oscuridad. No realizaron ningún bien positivo. Por el contrario, hicieron un daño incalculable, y su influencia se transformó en un sabor de muerte para muerte. En vista de la luz que habían recibido de Dios, eran peores que los paganos, a los cuales se creían superiores. Rechazaron la Luz del mundo, y desde ese momento su vida quedó rodeada de tinieblas como de medianoche.

En estos trágicos acontecimientos se cumplieron final y totalmente las palabras de Moisés: "Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en destruiros; y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra " (Deuteronomio 28: 63-64).

En Deuteronomio 8: 19-20 se puede ver cuán completo y final fue este rechazo: "Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios".

El rechazo de Jesús por parte de los dirigentes de Israel significó la cancelación permanente e irrevocable de su categoría especial como nación delante de Dios:

"Los opresores de mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él. Pueblo mío, los que te guían te engañan, y tuercen el curso de tus caminos... Porque los gobernadores de este pueblo son engañadores, y sus gobernados se pierden" (Isaías 3: 12; 9: 16).