EL DIOS QUE YO CONOZCO

Principios de interpretación - II

Uno de los principales propósitos del comentador bíblico es reconstruir el marco histórico dentro del cual fueron hechas las declaraciones originales de los profetas. El cristianismo es una religión histórica y sus mensajes inspirados están arraigados en los cerros y los valles, los desiertos y los ríos del mundo antiguo; y están ligados a hombres y mujeres de carne y hueso que una vez vivieron en la tierra. No hay protección más segura contra las vagas especulaciones de los visionarios religiosos que un claro conocimiento del contexto histórico de las Escrituras.

Aunque el profeta miraba lo que acontecía en su derredor, también podía ver mucho más allá de sus días. De un modo misterioso que sólo Dios conoce, algunas veces las palabras del profeta debían encontrar su cumplimiento en lo que era entonces un futuro distante. Algunas veces tenían que ver no sólo con la época en la cual vivía el profeta, sino también con un día del futuro remoto. Es decir, tenían una aplicación doble.

Del mismo modo, las formas en que Dios trató a los hombres en las crisis pasadas se citan muchas veces como ejemplos del trato que dará al mundo en el día final. Por ejemplo, los escritores bíblicos emplean el castigo que sufrieron las ciudades de Sodoma y Gomorra, ciudades literales de la antigüedad, para describir los castigos que Dios finalmente traerá sobre todo el mundo.

El estudioso de la Biblia que desee sacar de ella el mayor provecho posible, en primer lugar reconstruirá el contexto histórico de cada pasaje; escuchará al profeta que habla al antiguo Israel, y procurará comprender lo que sus palabras significaron para la gente que originalmente las escuchó. Pero también procurará captar el significado que las palabras del profeta puedan tener para tiempos posteriores, sobre todo para nuestra época. En verdad, esta aplicación secundaria es para nosotros hoy la más importante. Pero sólo teniendo en cuenta el marco del contexto histórico original del mensaje se podrá establecer con certeza su sentido y su valor para nosotros.

Un estudio de los profetas del AT que consista mayormente en tomar pasajes escogidos de aquí y de allá, sacándolos de su contexto histórico y aplicándolos arbitrariamente a nuestros días -como si el profeta hubiera hablado exclusivamente para apoyar nuestra posición-, está lleno de graves peligros. En verdad, este proceder es la principal causa de las caprichosas interpretaciones que caracterizan las enseñanzas de ciertos grupos religiosos.

En esta época, cuando sopla "todo viento de doctrina", es bueno asegurarse de que la comprensión de la profecía bíblica descansa sobre un positivo "Así dice Jehová" (Deuteronomio 29: 29; Isaías 50: 11; Jeremías 2: 13; Mateo 7: 24-28; 1 Coríntios 2: 4-5, 12-13; Efesios 4: 14; Colosenses 2: 2-4, 8; 2 Pedro 1: 16; Apocalipsis 22: 18). Si así lo hacemos, no caeremos en las explicaciones caprichosas que algunas veces se dan de ciertas profecías del AT.

Tampoco adoptaremos la explicación puramente literal que presentan algunos expositores referente al retorno del Israel literal a la Palestina literal para gobernar al mundo durante mil años, antes de que termine el tiempo de gracia para los seres humanos.

También estaremos a salvo de otras interpretaciones que no son bíblicas, mediante las cuales se aplican alegóricamente a la iglesia todos los detalles de las promesas que originalmente fueron dadas al Israel literal.
Estas dos posiciones exageradas distorsionan el sentido evidente de las Escrituras y no permiten que la Iglesia logre una juiciosa comprensión de los mensajes de los profetas.