Llamado anteriormente Matanías (2 Reyes 24:17).
Después de deportar a Joaquín, Nabucodonosor puso como rey títere en Judá a este hijo de Josías, de 21 años de edad. Sedequías afrontó una tarea difícil. Los judíos más encumbrados habían sido deportados y la gente que quedó era difícil de gobernar. Jeremías los comparó con "higos malos, que de malos no se pueden comer" (Jeremías 24:8-10).
Para hacer más difícil la situación, embajadores de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón estaban en Jerusalén (Jeremías 27:3), quizá con el propósito de incitar a Sedequías a que se uniera con ellos en una revuelta contra Babilonia.
Jeremías advirtió a Judá contra esta intriga, y amonestó no sólo a Judá sino también a esas naciones para que se sometieran al yugo de Babilonia (Jeremías 27; 28:14). Les advirtió que si Judá no se sometía, la ruina de Jerusalén sería completa. Pero Sedequías, actuando en contra de toda esa instrucción, se rebeló.
Nabucodonosor actuó rápida y cruelmente para aplastar la rebelión. Su invasión llenó de terror y zozobra a Sedequías y a toda Jerusalén (Jeremías 21:1-10). En un esfuerzo desesperado por ganar el favor de Jehová, el rey y su pueblo se unieron en un pacto solemne con Dios, prometiendo librar a todos los esclavos hebreos de Jerusalén (cap. 34:8-10).
Pero cuando Nabucodonosor levantó transitoriamente el sitio por la amenaza del ejército de Faraón (cap. 37: 5), olvidaron el pacto y los liberados fueron nuevamente sometidos a una cruel esclavitud (cap. 34: 11-22). Jeremías fue detenido y encarcelado como traidor (cap. 37:11-15); sin embargo, pronto se reanudó el sitio.
Los judíos lucharon desesperadamente para salvar la ciudad y salvarse a sí mismos de la suerte que los amenazaba. La ciudad resistió durante 30 meses, pero en julio de 586 a. C. los babilonios abrieron una brecha en los muros. Sedequías consiguió escapar con un pequeño pelotón de soldados, pero fue alcanzado y capturado cerca de Jericó (cap. 39: 2- 5). Jerusalén fue saqueada e incendiada (cap. 39: 8), y casi todos los judíos que habían quedado fueron llevados cautivos (cap. 39:9- 10).
Para hacer más difícil la situación, embajadores de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón estaban en Jerusalén (Jeremías 27:3), quizá con el propósito de incitar a Sedequías a que se uniera con ellos en una revuelta contra Babilonia.
Jeremías advirtió a Judá contra esta intriga, y amonestó no sólo a Judá sino también a esas naciones para que se sometieran al yugo de Babilonia (Jeremías 27; 28:14). Les advirtió que si Judá no se sometía, la ruina de Jerusalén sería completa. Pero Sedequías, actuando en contra de toda esa instrucción, se rebeló.
Nabucodonosor actuó rápida y cruelmente para aplastar la rebelión. Su invasión llenó de terror y zozobra a Sedequías y a toda Jerusalén (Jeremías 21:1-10). En un esfuerzo desesperado por ganar el favor de Jehová, el rey y su pueblo se unieron en un pacto solemne con Dios, prometiendo librar a todos los esclavos hebreos de Jerusalén (cap. 34:8-10).
Pero cuando Nabucodonosor levantó transitoriamente el sitio por la amenaza del ejército de Faraón (cap. 37: 5), olvidaron el pacto y los liberados fueron nuevamente sometidos a una cruel esclavitud (cap. 34: 11-22). Jeremías fue detenido y encarcelado como traidor (cap. 37:11-15); sin embargo, pronto se reanudó el sitio.
Los judíos lucharon desesperadamente para salvar la ciudad y salvarse a sí mismos de la suerte que los amenazaba. La ciudad resistió durante 30 meses, pero en julio de 586 a. C. los babilonios abrieron una brecha en los muros. Sedequías consiguió escapar con un pequeño pelotón de soldados, pero fue alcanzado y capturado cerca de Jericó (cap. 39: 2- 5). Jerusalén fue saqueada e incendiada (cap. 39: 8), y casi todos los judíos que habían quedado fueron llevados cautivos (cap. 39:9- 10).